Nadando, bajo agua, tu boca, la mía. Hay gente alrededor: nos vemos, nos reímos. De la noche hemos extraído agua y la hemos repartido en estos canales y hemos hecho ríos negros, profundos, calmos. Hemos atravesado el aire con nuestras manos y sangrado las nubes para formar la lluvia. Buscamos entre nuestros cuerpos señales de frío, o calor, pero no hay tiempo para las sensaciones. Todo flota, todo deja un rastro de burbujas detrás como si la cola de un cometa necio, huraño, acaba de pasar cerca. Lo sentís en tus pies. Lo sentís en tus piernas. Nos vamos quitando la ropa como si de pieles innecesarias se tratara. La dejamos flotar lejos. Todo flota lejos. Sostenemos la respiración y vamos adentro, más adentro, hasta que lo único que tenemos cerca es agua, y no nos importa la falta de oxígeno. La cerveza se mueve en nuestros estómagos y el alcohol, en los cerebros, nos alegra. Las carcajadas nos sirven a la vez para volver a respirar y para mirar nuestras sonrisas. Pataleamos como perros o lanzamos agua como niños. En el pueblo duermen nuestros papás en camas separadas y entre nuestra tontería mojada hay cierto rastro de tristeza porque algún día vamos a ser como ellos: en petates, con rosarios en la mano, porque olvidamos lo bonita que es el agua, estar desnudos, el sabor de dos bocas diferentes en una misma noche. Por ahora, tenemos que nadar. Y nadamos. Hasta que la luz nos arruine la noche.
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