viernes, 22 de julio de 2011

Mirada en Skytrain

Skytrain de Bangkok. Hora pico. El tren está lleno de turistas, oficinistas y con mi cuerpo cansado de andar caminando por Sukhumvit. Frente a mí van unas señoras que parecen trabajar juntas, porque usan el mismo uniforme. Unos chalecos azules con faldas del mismo color y camisas rosadas, ajadas por el día. Una de ellas, grotescamente maquillada (por grotesca quiero decir un montón de base, colores fuertes de pinta labios y sombras) me sonríe. Yo le sonrío. Me comienza a hablar y yo me quito los audífonos. Su inglés es problemático, pero nos comunicamos bien. No recuerdo muy bien lo que conversamos. Seguramente de dónde era yo y qué andaba haciendo en Tailandia. Me contaba cosas de la ciudad y del tren, o de los destinos y los barrios. Que si ya había ido al Gran Palacio. Que si iba a ir a alguna otra ciudad, a las playas (con este calor, ¿cómo no?). Durante una pausa más o menos larga, yo volví a ver hacia el suelo. La señora usaba medias. Noté que tenían agujeros en sus dedos, apretados por sus zapatos negros que mostraban su edad. Volví a ver hacia arriba y le sonreí, para seguir la conversación. Pero me apartó la mirada con vergüenza y se unió a la conversación de sus compañeras de trabajo. Nunca voy a olvidar esa mirada. La puedo ver ahora mismo. Puedo sentir lo que sentí, porque yo también sentí vergüenza. Quería decirle que no le había visto los pies para criticar, o explicarle que no importaba. Pero no se qué pensó ella. Le dio pena. O simplemente pensó que yo era uno de esos superficiales que iba a pensar menos de ella por sus medias rotas. No se. Pero no me volvió a hablar. No se si me bajé antes yo o se bajó antes ella, porque la vergüenza y la incomodidad volvió todo borroso. No recuerdo mucho más de ese viaje en el Skytrain, pero sí que recuerdo esa mirada. Tanto o más como recuerdo el Gran Palacio o las playas.

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