Buscaba
ansiosamente la Plaza de las Comendadoras, el problema era que no tenía ni
teléfono ni mapa en la mano para poder buscarla y me encontraba entre la calle
La Palma pero más cerca de Desamparo que de la Plaza de España. Me puse triste
y mis amigos caminaban cada vez con menos ganas y señalaban cualquier terraza,
cualquier patiecito para tomarnos las cañas y yo no quería, yo no quería
quedarme en esa plaza o en esa calle o en ese callejón; yo quería ese lugar al
que me iba las tardes del verano a tomar una Coca-Cola o a fumarme un cigarro o
a pretender que escribía, yo quería sentarme en esa mesa de nuevo como cuando
mi novio me dejó plantado y me escribió un mensaje que no llegaría, que mejor
lo dejáramos tranquilo. En ese momento dije me voy a unir a este convento y de
ahí nadie me saca.
Pasamos
por el Conde Duque y yo estaba convencido de que andábamos cerca, demasiado
cerca, porfa vamos a la Plaza y mi amigo que vivía en Madrid en ese momento me
dijo "Estás loco aquí no hay una plaza que se llame así" y yo me
agité y me rendí y nos sentamos en el primer bar que vimos y en ese bar no me
cortó mi novio en ese bar no me ligué a un andaluz en ese bar no soñé con ser
monja ni monje y la cerveza estaba tibia y la Plaza de las Comendadoras estaba
tan cerca y mis pies se pusieron tristes, llorones, como es típico de los pies
en invierno.
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