Pero
abrazados no hace frío, no se extrañan las postales ni los vasos transparentes
con el té negro que me trajiste de Estambul. Las Naciones Unidas aceptaron a
Palestina como observador y me dijiste que soñabas con ver Belén de noche y a
los niños corriendo tirando piedras a israelíes. Sos loco, querés estar en el
medio de una guerra y las guerras no salvan a nadie. No querías el frío pero
querías la sensación del calor de estar abrazados. Nos hacía falta el imán de
refrigerador con el domo de Berlín y las bicicletas que nos robamos en el
Malecón de La Habana. Nos gustaba el apartamento vacío pero nos faltaban frazadas
y telas para colgar en las ventanas y que el sol dejara de cegarnos al
mediodía. Nos faltaba la comida y el vino pero brindamos con las lenguas
adentro de nuestra boca. Nos hacía hambre el corazón pero lo ignoramos con historias
que nos pasaron en el sur de Chile y en el Norte de Nunavut. -Nunca has ido a
Nunavut- me dijiste y cuestioné la puntuación de tu diálogo, absurdo, absurdos
los dos, románticos perdidos en la historia de un trabajador de cubículo. Me
abrazaste más fuerte y nos hicimos polvo con el punto final.
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