Borro
lo último que escribí. Me tomo el café que está desde la mañana en la mesa.
Frío. Pienso en vos. Caliente. Me tiembla el párpado y la tela flota ligera en
la cama de mi tía enferma. Tose, estornuda; no se sabe muy bien qué tiene. Si
acaso se muere hoy no habrá dinero para el funeral. La tomaremos entera y la
meteremos bajo tierra, para que se la consuman directo los gusanos. Me imagino
con la pala, con el cincel; ni se muy bien con qué excavar. Me pongo los
binoculares al cuello y salgo hacia los cerros a buscar el mejor lugar para
enterrarlos. Se me pone enfrente el fantasma de mi bebé, pequeño, lloroso,
lleno de mocos y legañas. Se las limpio, lo baño en saliva; bebé, ya estás
listo para regresar al cielo. Platico un par de líneas al aire, como hablando
con fantasmas; por fin encuentro un rincón suave, una tierra húmeda, comienzo a
excavar. Me voy hundiendo, me gusta el sentimiento, me gusta cuando la tierra
se me mete a los oídos, a la boca. No toso; no estornudo; no se muy bien lo que
tengo. Me veo desnudo y soy mujer; soy mi tía; dejo de escribir y el café está
caliente, tu recuerdo está helado: como una niebla, como un cuarto vigilado por
un espíritu feliz.
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