Ya conozco el sonido de la primera guitarra y ya se el sabor de la primera cerveza. Ya se el sentido de ir subiendo y luego bajar, inevitablemente. Estoy acostumbrado al proceso, al latido, a las calles. El asfalto lo tengo memorizado, las ramas se mueven, pero los árboles siguen. Conozco esta ruta y esta gente y el señor del perro blanco. Comienzo a ver la ciudad como acera y no como carretera. Puedo detenerme a leer los versos bíblicos y caigo en rodillas, entre el maicillo que dejaron los costales y frente al taller
y escuchar los martillos martillar y las llantas rodar y la gente hablar y la música: la música: ya conozco el sonido de todo esto y la ciudad la llamo propia, le pongo olores y tonos, sabor y textura.
Es rica; sabe bien.
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