Recorro acelerado, con miedo, terrible barrio y terrible ciudad. Aquí los mangos son baratos y los tacones son altos. Voy hacia las cámaras y las fotografías y me acerco a los cuerpos. Veo: las luces. Escucho: los clics. Pregunto por ahí adónde está el baño. A estas cosas solo vengo para tener un lugar adonde orinar. Me dicen que está cerca de los vagones. Yo veo los vagones y quiero mear las llantas. Aquí quedaría bien un museo, lo último que oigo. Me alejo de la voz y la orina gotea los pantalones. Me acerco y el olor mingitorio me endurece los pezones.
Cuando regreso, aliviado, me aparto un poco de los charcos de otros y veo, desde ahí, que ya comenzaron a guardar las cosas.
Qué bien, digo, qué bien que ya estoy vacío.
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