lunes, 2 de enero de 2012

Vista y café

Este café me está dando calor. Quizás deba irme a correr por las calles. Hoy va a haber el mismo tráfico de siempre. A dormir al cuarto adonde él dormía. Yo no soy de ahí, ya no soy de ahí. Me gusta el azúcar sin azúcar. La veo y me dan ganas de abrazarla, me gusta su jardín y me acuerdo cuando de niños poníamos luces navideñas en la araucaria del jardín central. ¿Se llamará araucaria? A mi mamá siempre le da por inventarse nombres de plantas. Bastón del Emperador. Ginger. Los funerales. Pronto el 16 y otra vez la misa de aniversario. ¿Se hace misa de aniversario después de los 9 años? Me acuerdo del vaso de agua y la vela y cómo se iba evaporando. Los fantasmas tienen sed y vienen todos los días a tomar agua. Las naranjas en el suelo. Las naranjas en los naranjos y la expansión de las tierras, tan de él y nunca mías. Me baño en la piscina con camisa porque me da pena mi cuerpo y nunca lo abrazo él solo abraza a sus nietos. El carbón está terminando de calentar la sopa. Yo nunca me como los cartílagos pero ellos sí. Les gusta masticarlos y masticarlos. Son felices masticando cartílagos y puedo oír sus dientes destrozarlos y me da asco. El Centro de Antigua Guatemala. El carro que se detiene con los amigos cerca. El amigo que está tan lejos. Se ve feliz en la foto. Uno siempre se ve feliz en las fotos, ¿o no? San Salvador. Estoy aquí y él allá. Él toma café también: café en otras tazas, revuelto con otras cucharas, endulzado con otras azúcares. Yo lo endulzo con azúcar falsa. No soy diabético, como ella, pero pronto quizás lo sea. Mejor acostumbrarse antes. Correr tanto para nunca perder la panza. Fumar tanto y debilitar los pulmones. El montón de gente en el hospital y los tamales y mi papá muriéndose. No salí del hospital en 15 días. Estuve adentro esperando que mi mamá me dijera vámonos. Esperando que nos dijeran que se había despertado. El montón de máquinas y el montón de enfermeras tomando atol shuco. Cómo le daban gracias a mi mamá por convertir la sala de espera en un mercado. Llorar en sus piernas mientras ella gritaba. Mi cuñado preguntando que qué íbamos a hacer con las tierras. Mi hermano pensando que iba a tener una camioneta grande, luego una camioneta aún más grande, luego nada.

Yo me voy de viaje. Me quiero ir de viaje. Me quiero olvidar de esta vista y este café. Me quiero olvidar de la gente y de esta azúcar que no es azúcar. Pero como endulza. Tan falsa, pero tan cierta. La veo y la quiero abrazar. Ya va a ser 16. Hace 11 años o 10 que estábamos ahí. Ir en el carro hacia la casa y los sillones gordos, grandes de la funeraria. Reírme. Pensar que era pecado reírme. Ver el cadáver. Reconocerlo pero pensar que ese peinado no era cierto. Él siempre se hacía un colochito enfrente. Enojarme por eso. Las religiones duales y la tierra cayendo sobre él. Llorando solo porque ella estaba llorando. Llorando solo para que la gente vea que sufro. Luego los tamales y los rezos, las canciones y el terremoto. Juntos nos movimos hacia el jardín y pasamos por Las Colinas, esperando el aniversario.

Juntos dijimos un padre nuestro que sonó a moscas ronroneando. Juntos nos escondemos y huimos de la memoria, soterrando la historia al no pronunciarla. Bajamos la cabeza para no vernos los ojos.

Difícil discutir la tristeza, porque es la tristeza la que acaba discutiendo con uno.

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