domingo, 1 de enero de 2012

Folsom y la Sirvienta Desobediente

Hice la limpieza en nuestra casa. Para hacerla me vestí como te gusta que me vista: con mis pantalones de mezclilla ajustados (adaptados al estilo de la Castro de los 70), con el bigote recién peinado, una camisa negra pegada a mis rollos y usando el collar de perro que compramos juntos en la Folsom, en 1999. Caminábamos entre la gente y luego vos me dijiste que yo era tu mascota y vos mi dueño. Me pusiste el collar y caminé de rodillas por todo el lugar, fuimos al Denny's y vos me lanzaste pedazos de muffins y biscuits y tostadas francesas. Me echaste miel en la lengua y café en un pequeño plato hondo que la amable mesera de Kentucky nos proveyó. Sonrió con nosotros y nos enseñó su arito en el interior de su mejilla.

Hice la limpieza con dedicación. Saqué el sucio de los baños y con un cepillo de dientes viejo quité la suciedad de los pequeños espacios entre los tragantes. Lavé los platos y vasos y tazas minuciosamente hasta que no quedaran restos de nuestra dieta. Boté botellas de vino y latas de cerveza que acumulaste en tus fiestas. Vacié los basureros de los baños llenos de condones con sangre y heces de las orgías hermosas y entretenidas que con buena hospitalidad organizás todos los segundos viernes del mes. Boté las colillas de cigarro, los pelos que se te caen de tu calva, el polvo que entró diligente por la ventana.

Dejé todo limpio y hermoso. La casa brillaba y el jardín tenía un rocío de grama recién mojada. Era artificial, porque puedo hacer todo por vos menos hacer llover.

Recorrí con orgullo, con sudor, la casa entera. Sábanas dobladas perfectamente y todos los cojines en su lugar. Me senté a esperarte.

Cuando llegaste revisaste todo. Satisfecho, me lanzaste una galletita que yo atrapé con mi boca ansiosa. Pero tu sonrisa duró poco.

Encontraste polvo debajo de la silla de la sala de invitados.

Me empezaste a gritar con tu voz ronca y desastrosa.

Sonreí y con miedo y terror te di la espalda. Me diste cien golpes con el cinturón de cuero de mi papá que yo guardo para estas ocasiones y sangré sangre roja viva y por semanas pasé soltando costras y dolores, llorando triste como la pequeña perra desobediente que soy.

Me hacés tan feliz.

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