A los días me contestó las llamadas y en su voz noté una tos que le venía y le iba, con la flema que escupía. Me estoy muriendo me dijo, me estoy muriendo. Las palabras se rebotaron ping pong en mi cabeza y después de eso oí todo blanco y se me apagó el tímpano. Colgué y caminé a la cocina y agarré una bolsa de fideos y los mastiqué crudos hasta que los rellenos se me cayeron todos y terminé con agujeros en los dientes, en la lengua puntos de sangre.
Busqué las fotos de la última vez que la vi y deslicé los dedos rápido, fuerte, casi presionando la pantalla mientras mi mano se sacudía y cuando cayeron las gotas al suelo las vi y parecía lluvia o nieve o el olor del barranco.
Me siguió llamando por días pero yo ya no podía oír la tos. Borré las fotos, apagué el teléfono. Las gotas se secaron y en su lugar quedó una costra como de herida, como de cáncer.
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