jueves, 27 de octubre de 2011

Querido Gaspar:

Atesoraré para siempre nuestros tres días juntos. Fueron días hermosos, llenos de paseos por paisajes de los Andes, atrapados en algún lugar, en algún desierto entre Bolivia y Chile. Me veías con tus ojos azules y mis piernas temblaban. Me hablabas en tu ingles con acento danés y mis orejas cambiaban de color.

Te vi quitarte tu camisa por primera vez en el caliente clima del salar de Uyuni. Inmediatamente tuve que ver hacia otro lado. Tu piel coloreada por el sol de Sudamerica. Tu pecho moldeado por años en el gimnasio y, también haciendo judo y karate. Tu pelo Rubio cenizo.

Siempre imagine que hombres como vos no me iban a gustar. Demasiado perfecto. Demasiado obsesionado con su cuerpo.

Pero lo que descubrí en vos fue una dulzura extrema: en la forma en que me hablabas, preguntabas sobre mi pais, tocabas mi rodilla o mis piernas o mi hombro o bromeabas conmigo. En la forma en que me sonreíste con tanta dulzura en la pizzería en el medio de la nada, poniendo tu mano en la mejilla y viendome como queriendo descifrar algo, entender algo.

Escuche con paciencia tus historias sobre mujeres ecuatorianas y japonesas y españolas y rumanas. Escuche con paciencia cuando me contabas tus aventuras sexuales.

Pero en mi mente todas eran conmigo. Solo conmigo. Las noches que compartimos en la habitación las pase imaginando que te saltabas de tu cama a la mía y me suspirabas algo. Y luego íbamos al baño compartido a besarnos. A destrozarnos el cuerpo.

Pero nunca te lo dije. Nunca te lo quise decir. Habrías reaccionado mal, supongo. O mejor de lo que esperaba.

Pero prefiero mantenerte en la mente como aquel danés que me vio salir del baño en un pequeno pueblo de Bolivia, y al ver mi cara de aburrimiento me pregunto lo que me pasaba, y escucho mis quejas con Atencion y con mas de una broma. Aquel danés que me dio golpecitos cariñosos en la cabeza Cuando apoye mi cara en la mesa, y dije: "I am so tired".

Aquel danés que entonces me dijo, con voz suave y linda: "aww you poor thing".

Si, Gaspar, pobrecito yo. Pobrecito yo que solo voy a vivir recordando tus manos en mi cabeza. Tu sonrisa. Tu pequeño abrazo heterosexual en las calles de Uyuni, cuando me acompañaste por compañías de buses hasta que encontré un asiento.

Como tu cuerpo dorado se confundió con las rocas del desierto de Bolivia.

Como sos la muestra de que puedo enamorarme. Aunque todo exista en mi imaginación y con una buena dosis de estupidez.

Dejame ser el pobrecito. Dejame ser el pobrecito que se enamoró de vos por tres días.

viernes, 21 de octubre de 2011

Axila

No recuerdo mucho de mi pubertad. No recuerdo mi primer vello púbico o cuando mi barba comenzó a manifestarse. No recuerdo mi primera masturbación ni eyaculación, pero si que recuerdo las siguientes (digamos que se convirtió en una adicción que me llevó masturbarme varias veces al día, en todos los lugares posibles de mi casa, aprovechando cada ausencia de mi familia. Era como tener sexo en publico, con el peligro de ser atrapado completamente latente y emocionandome aun mas).

Bueno. Pero algo que si recuerdo es cuando empece a oler debajo de mis brazos. Desde ese lugar al que no le encontramos palabra mas bonita que axila. Quizás tiene palabra tan fea porque a la mayoría de la gente le da asco, o precisamente la consideramos fea pues nos recuerda a lo "horrible" del sobaco.

Pero al Miguel de once años no le parecia nada horrible. El Miguel de once años olia el mal olor de sus axilas con amor y Atencion. Le (me) fascinaba la textura olfativa, lo acido y putrefacto. Me sorprendía la capacidad de mi cuerpo de producir semejante hedor. Recuerdo especialmente una vez que ensayaba con mi clase de sexto grado un baile para e l día de la madre, o el día del padre o el día del niño, pero eso que importa. Lo importante es mi adicción a levantar mi brazo y oler mi axila sudada. Aprovechando los movimientos de la coreografía accedía a ese inquietante, terrorífico olor.

Me acorde de esto en un avión, recientemente. Después de un día de volar y escalas, yo simplemente apestaba. Pero esta vez no me gusto tanto. Esta vez me molestaba y me aturdía la idea de la gente a mi alrededor dándose cuenta y viendome extraño.

Y pienso: he perdido algo. ¿Por que no puede seguir gustándome el olor? ¿Por que ahora me preocupa?

Había algo bonito en aquella mi hermosa fascinación hasta con mis defectos. Ahora parece que me veo al espejo y lo único que veo es una gran, peluda, apestosa y puberta axila.

¿Y que mas da? ¿No merece una axila amor?

Quiero regresar a ese ensayo de baile otra vez y quererme, quererme con todo y mal olores.

A veces siento que lo necesito tanto.

jueves, 20 de octubre de 2011

La niña

La niña dormía en el regazo de la muchacha. La muchacha estaba sentada a la par de la cocina. En la cocina, una olla de agua hirviendo. La niña, que era pequeña pero no bebé, tenía manos hechas de flores. Eran flores como las del jardín de la señora que lavaba la ropa. Las manos de flores de la niña se sumergían en agua hirviendo. La muchacha no ponía atención por estar chambreando. La pobre niña estaba dormida, no sentía el agua.

Yo le gritaba a la muchacha pero la muchacha no me escuchaba. Mis gritos tampoco despertaban a la niña. "Las manos de la niña", le gritaba. "Las manos de la niña". Yo quería llorar por la niña. Sus manos. Sus manos de flores.

Yo no estaba despierto cuando la niña despertó. Espero esté bien. Sus manos eran tan bonitas.

martes, 18 de octubre de 2011

Centro Cultural Franco Alemán de Santa Cruz, Bolivia

Imaginá que esta entrada es soluble. O que se evapora. Que estas letras se funden con la arena de una playa volcánica, salvadoreña. En ella alguna vez vos y yo conversamos. Tuvimos una conversación pequeña, del tamaño de un grano. Y cada vez que pronunciábamos palabras las letras eran burbujas, burbujas salinas, del color del aire. Ya conocés el aire. El que toma el color de todo lo que lo rodea. Puntualmente cae la noche todas las noches y con ella llega la covnersación inédita entre vos, Bill Murray, una marmota y yo. Nos sentamos y tomamos café y fumamos cigarros. Nos vamos repitiendo, aburridos, destilados por el tiempo. Y así, sin tocarnos, sentimos el sabor lento de nuestras pieles.

Ahora imaginá que esta entrada tiene olor. Tiene el olor de la velocidad de las palabras en el aire.

jueves, 6 de octubre de 2011

En cada aterrizaje y en cada despegue vos, Querido Rostam

En cada aterrizaje y en cada despegue vos, Querido Rostam.

Se perfectamente lo que dicen las reglas de aviación: no aparatos electrónicos en despegue o aterrizaje. Pero vos Sos la piedra en la que me apoyo, Querido Rostam, y te necesito. Así que escabullo mis audífonos cuando despego o aterrizo y escucho tu canción.

Se que lanzar tu nueva canción al mismo tiempo que mi viaje no fue coincidencia. Se que todo lo tenias planeado. Sabias lo nervioso que me pongo y por eso me creaste esta que no es canción de cuna, sino canción de asiento de avión.

Me suspiraste al salir de la mañana pacifica de Comalapa; me suspiraste al aterrizar en la noche atlántica de Rio de Janeiro. Y así me vas a ir suspirando: en la tarde bonaerense, en la mañana boliviana, en la tarde de la meseta peruana. Hasta de nuevo, llegar a las palmeras de La Paz.

Cuando aterrizaba en Rio, el clima x de tu canción coincidió con el momento justo en el que el avión toco la pista y comenzó a frenar y las luces de la torre de control se me manifestaron gloriosas y seguras.

No, eso no fue ninguna coincidencia. Eso fue parte del plan magistral del destino, que esta uniendo nuestras vidas sin nosotros siquiera darnos cuenta. O miento: yo si me estoy dando cuenta. Pero le hago truco al destino y evito mostrarle mi ansieda por tenerte.

Porque veras, a algunas cosas hay que tenerla paciencia. Y yo a vos, Querido Rostam, te tengo paciencia infinita.

domingo, 2 de octubre de 2011

Bom Viagem

Llegando de tu casa a la mía vi la misma escena que vi afuera de la tuya: una familia bajando una maleta grande hacia un carro y dos personas con cara apagada y una con la cara en blanco, pero con colores que salían por los poros en forma de sudor aprisionado y luego desaparecían en una nube de humo. Esta vez yo no fui parte de la escena, esta vez yo no me despedí. Pero pensé: de esto está hecha la vida, de continuas despedidas y bienvenidas. Hoy te vas vos pero también se fueron dos monjas, se fueron sacerdotes, se fueron gays con sobrepeso, se fueron un montón de personas de las que nunca vamos a aprender los nombres y nunca vamos a conocer y nunca vamos a sentir los labios ni el calor de la piel cansada de empacar. Todos se van alguna vez, todos vuelven cuando pueden o quieren, cuando los llama lo mismo, lo viejo o lo nuevo. Si que te fueras fue especial fue solo porque yo formaba parte de la historia; por lo demás fue una ordinaria experiencia más de este mundo que nos hace acostumbrarnos a travesías ridículas, a viajes en el aire, a alejarnos, a nunca sentirnos cómodos. Vos vas a regresar, y con vos van a regresar un montón de personas en una mezcla de maletas gigantes, de llaveros baratos o de años separados. Otra vez, verte y abrazarte va a ser especial solo porque tu regreso me involucra a mí; pero no puedo dejar de imaginarme a un extraño viéndonos, sin saber lo que eso significa, este abrazo y esa conversación.

Aprecio por fin lo único y excitante de estas experiencias que son de nosotros, que no son de nadie más, que aunque solo sean una repetición de una fórmula que aleatoriamente se reparte en aeropuertos y estaciones de buses en todo el mundo, son completamente específicas, completamente especiales en lo ordinarias, recurrentes, como una canción que volvés a escuchar una vez y otra y otra vez y sigue teniendo el mismo efecto. Aunque millones de otras personas la estén escuchando, aunque millones de personas se estén despidiendo al mismo tiempo, con la misma mezcla de profunda tristeza y callada alegría que vos.