En Opico también tenemos un lugar al que le decimos El Alto. Hay una cancha de fútbol y una escuela cristiana, la casa de la Ña Olivia (que es cocinera en la capital) y la casa de aquella señora que explotó por gorda. 
Era tan gorda, mamá, que explotó. 
Explotó por dentro y de las orejas le rebalsó grasa y bilis. 
Los niños agarraron sus intestinos (repartidos en el jardín) y con ellos hicieron salta cuerdas para jugar un rato. En la cara les rebotaba sangre y se morían de la risa. 
No me caían bien los niños de mi pueblo. A todos los ahorcaría con los intestinos sangrados de la vieja que explotó. 
A algunos los ahogaría en un barranco. A otros los torturaría con golpes en la cabeza con una pelota de fútbol. A los demás los amarraría bajo el sol al lado de un naranjo. 
Los vería morir, feliz. 
Aquí parece que todos los niños son iguales. Más o menos como los personajes de Los Cachorros. 
Y usted, veo, paciencia no tiene, se le acabó hace rato, cuando naciste la vida ya se iba.
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