martes, 27 de diciembre de 2011

Hope

¿Cómo iba la biblia? ¿Cómo es el padre nuestro? Me acuerdo de las bodas y de la gente y de las repeticiones y las manos en el aire. Las manos las tengo cansadas. El catéter pesa, pesa como el agua de una tormenta adentro de una nube. Siento que me sale y rebalsa y hace un charco en el suelo, como se hace cuando vomito. Al baño. Luego camino y la enfermera me sonríe. Bonita, la enfermera, nalgona y bonita. Me ve con sus ojos pintarrajeados y yo la abrazo, quieta, como si fuera mi mamá, una de mis hermanas, una de mis tías. La abrazo y en ella encuentro huesos familiares y los senos. Quiero chupárselos pero se que no es correcto. Ella no es mi mamá, es una enfermera, a pesar de que lleva el mismo nombre y puedo sentir el corazón de un feto latir en su panza. Los pasillos. Decorados con flores. Las flores las hizo el señor y el señor me hizo esto en el cuerpo. Mi cuerpo no es el mismo. Es el mismo, pero diferente. Me cansa caminar y me siento en el pasillo a llorar. Comienzo un rosario y uso el tubo que conecta la medicina con mi cuerpo como cuentas de un rosario. Las toco y les doy vuelta y mi abuelita se me pone enfrente y me dice bicho culero. Agárrese los huevos y muérase con ganas, que ha eso ha venido aquí. En mi cuerpo y dentro de él caminan lagartijas pequeñitas y chicharras que hacen ruiditos como besos. En mis ojos los ojos de una aurora. La veo volar hacia otro cuarto y el pitido de un código rojo y todas las enfermeras corriendo.

Pronto yo.

Al Pacino, Meryl Streep y Sharon Stone. Todos muertos. Abrazo sus fantasmas y platico de sus estrellas en el paseo de la fama y sus nominaciones al Óscar. Me carcajeo.

Pronto yo.

La medicina ha hecho todo lo posible. Dejo al mundo con la carga de curarme y enterrarme. Mi cura es la cremación. Veo las paredes y dan vueltas alrededor de mí y duermo. Despierto en la cama, sudando, preocupado, la televisión nacional y un programa de entrevistas en la televisión. Un quinto lugar en Miss Universo.

Pronto yo.

¿Cómo iba la biblia? Se que iba del perdón de los pecados. Hago cuenta de los míos. Imposible perdonar tantos en tan poco tiempo. Tarareo una canción de las que cantaba en el colegio, con tanto pene joven y bonito del Santa Cecilia. En el baño los tenía en mi boca mientras los padres llamaban a formar una fila. La vez de la diarrea en toda la pared. La vez que me enseñó su pene giratorio en su ingle aquella vez en el retiro y me pusieron una rana verde en mi cara. Cuidado con la leche. Esa rana ya está muerta.

Pronto yo.

Confío en la ciencia o en la religión pero se siguen muriendo alrededor mío como dominós. Los veo caer y me empujan, mi espalda apenas resiste. Pronto yo y abrazo la almohada, que me protege como los músculos de todos los hombres que abracé.

Ellos ya. Pronto ellos.

Me tiro al suelo y suelto el catéter, que hace que empiecen los pitidos y los gritos y las enfermeras corriendo. Yo no estoy muerto, no me estoy muriendo. Mañana voy a salir, dicen, me dice con una sonrisa. El doctor ve las páginas y las pasa y me sonríe. Pronto saldrá, usted. Aquí no hay salidas. Aquí entré para no ver otra vez el tráfico de la ciudad o los redondeles remodelados o las caras de los niños de las marginales o tomar otra cerveza. El sabor de la cerveza y las hamburguesas. Las siento en mi boca y es como si estuviera comiendo mi última comida de condenado. Siento el sabor a pesar de que mi lengua está podrida.

Pronto yo.

Me dicen que me vaya. Quizás vaya a una iglesia. Me hinque y me arrastre hasta el altar goteando sangre y sudor. Así se regresa, ¿o no? Así se regresa o adentro de una ballena o en una fosa con unos leones. Así decía la biblia. Así lo aprendí de pequeño.

Aprendí las oraciones y las canciones y las peticiones y aprendí que todos venimos aquí a morir, como me dice mi abuela, a mi oído. Aprendí un montón de cosas y las recito en mi mente aunque mi mente está acabándose. No encuentro las tildes en las palabras, que se me hacen errores e innecesarias. Dejo de hablar. Aprendí que primero viene el silencio, luego un par de luces y luego la explosión del corazón. Aprendí un montón de cosas de pequeño, la suciedad y las bacterias y los antibióticos. Aprendí que todos venimos a esto, aprendí que pronto ellos, pronto las enfermeras, pronto los doctores y los políticos y los niños sonrientes y pronto los cantantes y pronto también, las lagartijas y pronto las auroras.

Aprendí que pronto yo. Y estoy contento. Estoy sonriendo y quiero que pronto yo pero pronto con una sonrisa. Me dicen que me vaya pero yo no se adónde ir. Salgo a la calle y la veo llena de gente que pronto ellos. Para qué seguir caminando. Me quedo dormido, tirado en la acera, solo esperando.

"Pronto él", pasa diciendo un montón de gente. Y tienen razón.

Pronto yo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Un día hermoso en Letonia: Alanis siempre tuvo la razón

Alanis me cantó sobre Letonia. Nos reunimos en el jardín de la casa de mi mamá, debajo del plátano y con los violines del CENAR al fondo. Ella se inventaba letras, yo compraba boletos aéreos. Letonia, me dijo, Letonia es hermoso: un país con árboles de veinte metros y jovencitas de cinco, que se inclinan hacia vos y te dan besos en la frente. Son gigantes y algunas son pequeñas, que tienen que poner escaleras para saludarte en la mejilla y darte un beso y prostituirse por tus monedas de euro. Me abrazó Alanis y se fue a la cocina a prepararse un café, los dos cantamos un par de sus canciones y pusimos un concierto en la computadora, pasamos viendo vídeos de gatos, de perros, de gente caminando en las calles de Riga.

Estuve ahí con Joni, me dijo, las dos juntas con flores en nuestros pelos. Cantamos en las esquinas por unas monedas y luego bebimos vino blanco, con frío, con orejeras, masticando una salchicha y evitando a los de la mafia, a los del bar de la esquina. Te encantaría Joni, me dijo, te encantaría su voz suave, que es más suave rebotando en las piedras del centro de Letonia, frente al río, a unos pasos, a unos cuantos pasos del Báltico.

Mi mamá gritó que si queríamos comer algo, le dije: Alanis, querés comer y me dijo que sí; comimos frutos de la estación y frijoles hervidos en cucharonas gigantes con queso de San Vicente y Alanis con su lapicero negro escribió un poema en mi cara y mi mamá se carcajeó con dientes ajenos y la hamaca se movió con el viento, con un propósito, con un aviso.

"Nos dice que Letonia te está esperando, un día hermoso en Letonia".

Me volteé a mi mamá y le dije: Alanis siempre tuvo la razón cuando hace frío.

martes, 20 de diciembre de 2011

Y te quiero, ves


Te quiero, ves, como la cara de los de ABBA, hinchada y sueca, te quiero con tijeras en la mano y cosiéndome un vestido, con un jarabe para tos regado por todo mi pecho y que vos lo chupás, te lo tragás, para curarte, porque quiero que sobrevivás porque te quiero. Te quiero en falda y en pantalón, te quiero con pelo en tu monte de venus y sin pelo en tu monte de venus, con el bigote ancho y con las cejas de circo, con los ojos con cataratas y la saliva como río sobre mis pezones. Te quiero abrazada, doblada en la cama, con la almohada especial que te detiene el cuello. Te quiero con la vagina fértil, con el útero espacioso, con las manos suaves que me tocan las rodillas y luego las piernas y luego la boca y tienen el olor de mi piel, tus manos, porque las quiero. Te quiero sin manos, también, te quisiera también en silla de ruedas o crucificada, te subiera una esponja mojada en vinagre, para que tomaras, para que no tuvieras sed porque te quiero, te quiero en el jardín, en la sala y en la cocina, como aquella vez que me cocinaste huevos y te mordí la lengua, como aquella vez que me hiciste tortas de cebolla y te mordí el dedo gordo del pie, como aquella vez que me serviste cereal con leche y te di un beso en el omóplato.

Te quiero, abrazada y tonta, inteligente y borracha, sobria y manejando mi carro cuando yo me desmayé. Te quiero cuando el abrazo se vuelve molestia y te quiero tirar por un lado y seguir cantando una canción que solo me gusta a mí y no te gusta a vos. Te quiero de la manera más honesta posible y por eso te miento tanto, por eso te miento tanto, por eso me gusta ABBA, porque te quiero y te sigo imaginando: virgen, honesta, de blanco, de boda y piernas abiertas, bastones del emperador en el pasillo y nuestras familias a cada lado, sonrientes, mentirosas, herencias para cada uno, dios enfrente esperando pervertido, impaciente para poder ver enterito y en vivo cuando estemos cogiendo.

¡Sí acepto, sí acepto, sí acepto!

sábado, 17 de diciembre de 2011

Desde aquí el plátano Diana

Desde aquí mi oreja parece plátano Diana. Desde aquí el sonido de los besos en su mejilla. Desde aquí el silencio entre los dos cuartos, el espacio y el jardín y la mochila del invitado. Desde aquí la terraza con las ratas y la música de los muchachos del CENAR. Desde aquí se oye que están aprendiendo. Desde aquí los carros de los vecinos y el orín en el baño porque no hay que desperdiciar agua, voy 10 veces a mear en la noche y echar el agua una vez en la mañana. Desde aquí el sonido del agua cayendo en espiral hacia las tuberías. Desde aquí, nosotros, sentados viendo novelas, a la Verónica Castro tan joven, pronto Chica Almodóvar, ah de veras. Desde aquí la extensión a mi teléfono con la corriente y cuánto sube la luz, desde aquí las cuentas de banco aminorando tamaño, desde aquí no hay trabajo, desde aquí la música suena suave.

Desde aquí, nosotros, como plátanos Diana, salados y gordos, aplastados en los sillones. Hay frijoles para el desayuno, el almuerzo y la cena. Desde aquí se riega el jardín con la saliva de nuestras conversaciones y evitamos decir buenas noches porque desde aquí se siente el olor de nuestras bocas.

Desde aquí, el café instantáneo, el posible homicidio o asalto. Juro que oigo unos pasos en el techo en la terraza o en el jardín de enfrente.

Desde aquí.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Hace falta una flor

Hace falta: 
El paso lento del viaje
El inglés del turista
La cerveza en el almuerzo
La sonrisa del desconocido
La ruta eterna
La viejita en el asiento
La noche larga
El día corto
Hace falta el souvenir para la amiga
O el brindis en portugués 
Hacen falta las mañanas con café y las tardes con cigarro
Hace falta el desvío de los planes, la visita que no esperan
Hace falta una calle ancha y una calle pequeña
Hace falta la cámara en mano
El mirador y la libreta
Hace falta andar escribiendo 
Como si fuera trabajo
Hace falta el vodka 
O los hombres coqueteando
La cerveza y la gran cuenta
Un israelita en tus labios
Hace falta el río, la paz o los aires
Los puertos del gallo, 
Las zarzuelas 
Hacen falta las tribus,
Los puentes, 
Las olas, 
Los mares

Hace falta:
La sensación de moverse
De que uno va girando con el mundo
Siempre, siempre,
Un pie adelante del otro,
Con los pies cansados, 
La mirada siempre nueva.